miércoles, 17 de febrero de 2016

Ecopoesía


Petunias
Si destapas la olla a presión, sin esperar a que suelte el vapor, puedes ver cómo las collejas terminan en el techo de tu cocina. Todavía me encuentro con antiguos alumnos del Instituto “Diego de Siloé” de Illora que recuerdan mis prácticas depredadoras  con las collejas del cementerio del pueblo. Salimos un día a dar la clase de Literatura en el campo. Como la Literatura contiene más flores que otra cosa -¡la manía que tienen los poetas con las petunias!- es disciplina que se presta a las excursiones y a ensoñaciones veganas. Desde la humildad, como diría Iniesta, y sin ánimo de establecer ningún parangón con el santo, que no sea el que voy a referir, San Juan de la Cruz acostumbraba a salir también con sus novicios por los oteros de Beas de Segura  a coger espárragos trigueros con los que enriquecer el parvo menú conventual. Buscábamos un lugar en el campo donde leer algún poemilla tenebroso del Romanticismo y dimos en un prado de flores bien abastecido que nacía en las tapias del cementerio del pueblo y descendía en pendiente hasta unos zarzales. Después de leer algo lúgubre, para no desentonar del lugar, advertimos que la pendiente estaba llena de collejas. Las collejas, según decía mi tita María, son como los sesos de las espinacas. En tortilla, están deliciosas. Nos aplicamos a cogerlas y conseguimos llenar un saco entre todos. Al volver a clase, yo iba pensando cómo requisarles a los jóvenes recolectores la mayor parte de las collejas. Al final se me ocurrió decirles que, cuando llovía abundantemente, el agua corría entre las tumbas de sus antepasados, empapaba sus restos y terminaba deslizándose por la pendiente donde crecían las collejas, fertilizándolas. Ninguno de mis alumnos quiso llevarse la parte de collejas que le hubiera correspondido en el reparto, pese a que para entonces los partidos políticos habían aprendido a vivir sin ningún decoro del  terrorismo, utilizando a los muertos y a sus familias como alimento electoral o salvavidas full time.  El episodio de encarcelamiento de dos titiriteros granadinos y el uso que ha hecho de este triste suceso el PP para tapar la corrupción en Valencia y Madrid, demuestra que este partido no renuncia a la antropofagia. Pero mis alumnos mostraron más respeto y consideración con sus difuntos y me cedieron el saco entero. Les di las gracias y les  dije que sus difuntos estarían contentos  de que el profesor alimentara su cerebro con las collejas -¡tan ricas en hierro!- abonadas por ellos. Así  explicaría mejor las cosas a sus nietos. Pero cuando las guisé, me olvidé de quitarle la válvula a la olla a presión y de enfriarla debajo del grifo. Y al abrir la tapa,  las collejas lo ensuciaron todo. Porque la única justicia que funciona medianamente bien en España, es la justicia poética. Y el depredador se quedó sin collejas.Y los caníbales simbólicos, cada vez tienen menos votos.

6 comentarios:

  1. Siempre recordaré con añoranza la tortilla de collejas que hacía mi suegra. Ella era pura poesía y no tenía nada de política.

    Gracias y saludos.

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    1. Los guisos de nuestros mayores cocinados con nostalgia y tiempo. Gracias, amigo.

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  2. Gracias, Mark de Zabaleta. Un saludo grande.

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  3. Un texto bonito, voy a bucear por aquí.

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  4. Gracias, jordim, por visitar mi blog. Ojalá encuentres en él cosas que te entretengan y te desestabilicen o/y complazcan. Un saludo cordial.

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